Texto de Ignacio Abella, de "La magia de las plantas"
Si no nos atenemos a un diseño demasiado estricto, a un estilo particular, a una filosofía pedante o idea preconcebida; el jardín se adecuará a nuestra idea del gozo y las preferencias personales.
El jardín tendrá una más acusada conciencia e identidad y la trascendencia llegará por si misma. Este logro sólo llega tras la necesaria liberación de toda imposición. El jardín no ha de ser jamás un escaparate que cumpla las expectativas de los vecinos o visitantes. Sólo el necio pretende recorrer el vergel en un instante y pese a que la estética ortodoxa conceda una gran importancia a la regularidad del césped o el esmerado recorte de los setos, hay otros factores mucho más importantes: la naturalidad, la diversidad o la vitalidad son algunos de ellos.
En un mundo de apariencias veremos que tras una aspecto espléndido, muchos jardines esconden una realidad de consumos irresponsables, y desmesurados niveles de contaminación por abonos químicos y productos fitosanitarios. El jardinero consciente sólo puede concebir su terreno como el lugar sagrado que él ocupa momentáneamente con la misión de incrementar su belleza al mismo tiempo que su vitalidad.
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